Melusina tiene un origen celta y es una viejísima historia que Juan D’Arras escribirá en el siglo xiv, pero que se narra de muchos modos, algunos bastante absurdos. Su madre, el hada Presina, que vivía cerca de una fuente (como solían hacerlo las hadas o las fay o las Marimorgan, todas ellas igual de hermosas), fascinó a Elinas de Albión, rey de Escocia. Se casó con él y le hizo prometer que nunca iría a verla mientras durmiera, pero Elinas incumplió su promesa y el hada no tuvo más remedio que marcharse, llevando con ella a las tres hijas que habían tenido: Melusina, Méliot y Palatina. Se refugiaron en la isla perdida de Ávalon, donde las haditas eran infelices, pues echaban de menos la opulencia de la corte escocesa, culpando al padre de su pérdida, así es que cuando crecieron usaron sus poderes para encerrarlo en la montaña de Brumbloremlion en Northumberland. La madre vio mal el que las hijas se tomaran la justicia por su mano y las castigó a las tres.
La maldición de Melusina consistió en que se convertiría en serpiente de la cintura para abajo y le brotarían alas cada sábado. Podría casarse con quien le pareciera, siempre que su marido no la viera ese día, y si lo hacía no se lo dijera a nadie. Por lo demás, y puesto que a Mélior la había mandado a la Gran Armenia y a Palatina a la montaña de Canigon, a ella la hizo guardiana de la Fuente de la Sed, en Coulombiers.
Allí apareció un día Raimondín de Lusignan, que perseguía a un jabalí y estaba muerto de sed. Claro, quedó maravillado de su extraordinaria hermosura y sus dulces maneras, pero también deslumbrado por su aguda inteligencia y por sus mágicos poderes. Cuando Melusina le advirtió que debía prescindir de ella todos los sábados, le pareció una tontería y no le dio la menor importancia.
Así es que se casaron y fueron muy felices; tuvieron diez hijos, a cual más peculiar: por ejemplo, Urien llegó a ser rey de Chipre por su matrimonio, aunque tenía las orejas más grandes del mundo; Guyón se casó con la hija del rey de Armenia, pese a que sus ojos no eran del mismo color; Antoine estaba marcado en la mejilla con la garra de un león; Geoffroy tenía un diente más grande que su pulgar, Fromont exhibía en la nariz una gran verruga peluda y se hizo monje, etcétera. Pero todos eran aceptados con alegría por sus padres, que les adoraban.
Además de tener muchos hijos, en sus ratos libres, Melusina, con la ayuda de otras hadas amigas suyas, gustaba de edificar castillos, como el de Lusignan, donde comenzó a vivir la familia, y también los de Tiffauges, Talmont, Partenay… que contribuyeron a la pujanza de su marido, o como la iglesia de Saint-Paul-en-Gâtine o las torres de guardia de La Rochelle… Entretanto, Raimondín tenía éxito en todo aquello en lo que se empeñaba, vencía en cuantas campañas emprendía, ganaba dinero en todos sus negocios y conseguía cuanto se le antojaba. Pero ningún bien dura eternamente y, un buen día, su hermano el conde de Forez se extrañó de que no pudiera ver a su mujer ningún sábado.
—¡Uy, uy, uy! Seguro que tiene un amante secreto —soltó el desaprensivo.
Y aunque su hermano hizo como que no le daba importancia, el gusano de los celos lo fue carcomiendo y al siguiente sábado se dirigió a los aposentos donde Melusina se encerraba y, por un agujero en la puerta, hecho con su espada, la vio allí, en una gran bañera de mármol, agitando su cola de serpiente, que salpicaba agua por toda la estancia, y estremeciendo sus alas de dragón.
Raimondín se quedó consternado y avergonzado de haber roto su promesa. ¿Qué hacer? Callarse y olvidar todo, por supuesto, aunque el ratón de la vergüenza roía y roía en su interior.
Pasó el tiempo y, un mal día, su hijo Geoffroy se peleó con su hermano Fromont y lo asesinó, junto con todos los monjes de su convento. Raimondín, al enterarse, montó en cólera y, casi sin darse cuenta de lo que hacía, acusó a su esposa de haber engendrado una prole monstruosa y maldita, propia de una serpiente. Ella comprendió al punto que él había descubierto su secreto y se marchó volando. Por fortuna no se llevó a sus hijos, como había hecho su madre con ella, pero desapareció prometiendo que sólo regresaría a la muerte de cada Lusignan.
Raimondín, arrepentido, se fue a la montaña de Montserrat, cerca de Barcelona, donde se hizo ermitaño. De la bella Melusina se dice que revolotea en torno a sus castillos cada vez que muere uno de los primos de la reina.»
Extraído de Lobo en París de M.F.P. (inédito)
Ambos contrajeron nupcias y Melusina le hizo el presente de construir, con ayuda de otras hadas y entidades mбgicas, el castillo de Lusignan para йl, aparte de la capilla en la que se casaron.