Leonor de Aquitania se casó con dos reyes y fue madre de otros dos. se unió al primero de ellos en 1131, cuando tenía quince años y él dieciséis. Se trataba de Luis VII de Francia. No consiguieron ser precisamente felices, aunque se aguantaron -no encuentro vocablo mejor para definirlo- doce años.
El joven rey -gobernado por el después santo Bernard de Clairvaux- era un meapilas al que le costó bastante llegar a consumar el matrimonio. Luego tomó parte en la segunda cruzada para que Dios le perdonara el haber achicharrado con fuego griego, en Vitry-en-Perthois, a mil trescientos de sus presuntos vasallos, la mayoría viejos, mujeres y niños que se habían refugiado en una iglesia huyendo de sus mercenarios.
Su particular cruzada también fue un desastre, entre otras cosas porque se llevó con él a su llamativa esposa, de cuya fidelidad no se fiaba y a la que en el camino las malas lenguas acusaron de haber flirteado en Constantinopla con el emperador de los griegos, Manuel Comneno. Después, en Antioquia, su reputación fue de nuevo puesta en duda por los eclesiásticos que acompañaban al rey de Francia. El caso era que la joven reina era bellísima y que allí gobernaba su tío, Raimundo de Poitiers, de quien se decía que había estado enamorada desde su infancia, no tan lejana.
Hay sin embargo que dudar de sus historiadores contemporáneos -la mayoría frailes- quienes le llegaron a atribuir un romance con Saladino, que por entonces solo tenía diez años de edad.
En fin, que en 1149, Luis VII, derrotado, confundido, humillado por su culta esposa y mal aconsejado por Thierry Galeran, un templario castrado que era su favorito, regresó a París y solicitó a Roma que los divorciara, alegando consanguinidad, un recurso típico de la época.
Bernard de Clairvaux, enemigo acérrimo de la preciosa Leonor, consiguió de su amigo el papa que anulara el desafortunado matrimonio que dejaba en el mundo dos princesitas.
Menos de dos meses después de esa anulación ella se volvió a casar con el joven Enrique, conde de Anjou y duque de Normandía, que acababa de cumplir los diecinueve años y era nueve menor que ella.
A Enrique sí lo amó, puede decirse que con locura, pero él era, entre otras cosas, un gran oportunista, quien además de obtener a la mujer más bella y sabia de cristiandad -aunque con cierta fama de liviana y ya no tan joven- conseguía unos vastos territorios, que unidos a los de los Plantagenet, que eran suyos, constituían la cuarta parte de la Francia actual y lo llevarían en poco tiempo a conseguir la corona de Britania.
Físicamente rudo y viril, aunque no muy alto, infatigable tanto en la caza como en la guerra y ambicioso como pocos, él la amaría también con pasión, mientras la tenía delante, pero en cuanto se ausentaba para pelear o intrigar, cosa que ocurría a menudo, también la cambiaría por cualquiera, por más que tratara de guardar las formas, al menos los primeros años, mientras ella paría y criaba a sus ocho hijos, cinco varones y tres mujeres.
Entretanto, los eclesiásticos seguían tejiendo la leyenda negra de esta mujer poderosa, culta, pasional, relativamente libre por su alcurnia y en consecuencia ferozmente envidiada, a la que muchos llamaron nueva Mesalina y de la que se llegó a decir que yació con el diablo, del que tuvo a su hijo, el rey Ricardo III, su favorito, después conocido como Corazón de León.
Así, a medida que la reina de Inglaterra se iba haciendo mayor surgirían, por celos, pero también por repartos de tierra y precedencias, frecuentes disputas entre cónyuges, cada vez más amargas para Leonor, pues también sus hijos, sobre todo los varones, participaban activamente en ellas. La política que compartía también intensamente con su esposo amargaba aún más su relación con él, cuya hostilidad se exacerbó a causa de sus amores con Rosamunda Clifford -otra dama cargada de leyenda que se decía que el rey tenía escondida en Woodstock y a la que supuestamente la reina habría asesinado*. Probablemente esto último sea falso, pero la realidad es que el adúltero Enrique mantuvo dieciséis años prisionera a Leonor por causas bastante oscuras todavía.
En la película de 1969, El león de invierno, premiada con varios Oscars, dirigida por Anthony Harvey e interpretada por Katherine Hepburn y Peter O’Toole, se refieren, de modo ingenioso, las relaciones de él y ella en esa época de cautiverio que solo cesó al morir Enrique, cuando Leonor tenía casi setenta años y al que sobrevivió, lo mismo que a su favorito Ricardo y a otro hijo, Juan sin Tierra, que también reinó en Inglaterra.
La controvertida e intensa Leonor moriría con ochenta y cinco años en el monasterio de Fontevrault que sus ancestros habían fundado en Aquitania. Su leyenda es hoy más actual que nunca. Existe bibliografía sobre ella y, todo hay que decirlo, el libro de Regine Pernaud, hoy bastante asequible, no está entre mis favoritos.
*En 1707 Addison adaptó la balada inglesa Fair Rosamund y en el siglo XIX Franz Schubert utilizó el argumento para su ballet La bella Rosamunda
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