No quisiera acabar sin mencionar a otra mujer igualmente apasionada y vibrante, aunque mucho más moderna, Leonor Marx (1855-1898), sexta hija del gran Carlos

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Marx y también su favorita, a la que el león de Renania, siempre escaso de fondos, decidió educar en casa.

En una biografía de ella -la más reciente, publicada hace poco en Londres, firmada por Rachel Holmes- se asegura que a los tres años de edad leía los sonetos de Shakespeare, a los siete hablaba, además de inglés, francés y alemán, en la adolescencia tradujo Madame Bovary de Gustave Flauvert y fue la introductora en los escenarios londinenses del teatro de Ibsen, pues de jovencita deseó vehementemente convertirse en actriz y, aunque no lo consiguió, sí llegaría a ser luego, con el tiempo, una excelente oradora.

¿Conocería la hija predilecta de Marx a Leonor de Aquitania? No es tan improbable. En cualquier caso, a los dieciocho años, en un arranque de rebeldía, la niña prodigio se fugó del hogar paterno con Hippolyte Lissangaray, activista político que le doblaba la edad, cuyos artículos en La Comuna de París interesaron vivamente a papá Marx que, sin embargo, no perdonó a su hija hasta una década después, cuando ella se había convertido en toda una lideresa -como se diría hoy- que brillaba en el primer sufragismo, el sindicalismo radical y el socialismo emergentes.

Para entonces su pareja era otro político de la izquierda militante, Edward Aveling, con quien participó en los grandes mítines del primero de mayo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, ante audiencias de cincuenta mil personas.

La contradicción entre esa existencia, consagrada a las masas obreras y su deseo de tener hijos y disfrutar de un amor plenamente correspondido y una vida hogareña convencional debieron de empujarla a frustraciones emocionales y conflictos con su pareja. La idea de su padre de que la familia moderna contiene todos los antagonismos sociales en miniatura sin duda la persiguió.

Karl Marx

El matrimonio clandestino de Edward Aveling con la actriz Eva Frye debió afectarla gravemente.

Además, la confidencia por parte de Frederic Engels, al que ella consideraba su segundo padre ya antes de que la nombrara su heredera, de que Carlos Marx había tenido con su criada Lenchen un hijo al que nunca había reconocido y que había crecido sin apoyo económico ni educacional alguno, acabando por trabajar como tornero, fue acaso un golpe demasiado fuerte para alguien que tenía idealizado a su padre.

El caso es que a sus 43 años de edad, vestida de blanco en pleno invierno, se suicidó con ácido prúsico diciendo adiós a su porvenir como feminista y socialista.

Si Edgard Allan Poe, muerto poco antes de que ella naciera, hubiera llegado a conocerla, sin duda le habría enamorado esta valerosa Eleanor.